lunes, 23 de junio de 2008

los cuadernos se apilaban

Fulgurante fulgor rayo de sol que atraviesa la mente parda y blanda, pienso, de repente pienso.
Cuando mi hermano mayor de tres años marchó, como un indiano a explorar aquella tierra mítica de libertad y fraternidad que se extendía como una mancha verde más allá de los pirineos, fresca y joven como la bella Europa. Quedé solo en nuestra vieja y seca castilla con unos padres mayores y un montón de acné en la cara que me curaba a base de una crema marrón que no servía para nada y de drogas de marca registrada o ilegales : torinal, tripis, anfetas, coca y más... Pero sin ningún polvo, uy que tristeza, con lo muy bien que me hubiera venido.
Papa escribió toda su vida cuadernos que se acumulaban en uno de los 13 cuartuchos que componían nuestra casa de Cuchilleros. En la oscuridad de la despensa junto a la cocina, o en aquel cuarto de los zapatos situado en el codo de un pasillo sin fin y sin luz que reccoriamos a diario para ir de la cocina al cuarto de estar y del cuarto de estar a la concina. Allí en la oscuridad se iban acumulando y nadie los leía ni tan solo el. Mi madre hubo de moverlos y si acaso alguna cucaracha de esas negras, redondas y grandes como habas que se paseaban las noches de verano y que descubría al llegar medio borracho pero siempre con compostura a mi casa. La vida, mi vida era triste como la luz de la escalera, bombillas desnudas que se apagan cuando acaba de retumbar el traqueteo del contador, como la puerta pesada que había que empujar sin ruido para evitar que se despiertase mamá siempre alerta, raramente dormida. "Javier..." Llamaba ella. "Nada, a dormir...." Respondía yo en un tono suave pero firme, cruzando los dedos para que no se levantase y espantarla con el aliento alcolizado, los ojos vidriosos y rojos, el paso tambaleante. Desde la cama sumida en la oscurida el universo giraba como un barco y entraba en el sueño como en la casa de los padres, de contrabando, como un ladrón vergonzoso.

jueves, 21 de febrero de 2008

Tu

Es como bajar una carretera en bicicleta a 100 por hora para no llegar tarde a la cita, comprobar que no se ha dejado el pellejo en la cuneta y tumbarse en el diván de su psicóloga para contarle un sueño de la noche anterior sin interés, del que no se conserva un recuerdo preciso, y sentir entonces un peligro inminente.
La tierra te recubre los ojos, los labios, se introduce por los oídos y tapona la nariz. La tierra llena la boca y te asfixia. Todo ello dura una eternidad. Y no consigues morir.
Es como beberse un vaso de agua caliente diciendo que de todas maneras lo más importante es inculcarles una buena educación, unos modales, los mínimos porque ya ves hoy como están los críos que el otro día sin ir más lejos un profesor tuvo que disculparse delante un alumno por haberle soltado una bofetada después que el chaval le hubiese tratado de hijo de puta, si, de hijo de puta. ¿Te imaginas tú lo que te hubiese ocurrido si hubieses llamado?... No, no te lo imaginas porque no hubieras podido llamar a un profesor... ¡Que digo un profesor, a cualquier un adulto !... Tratarle de hijo de puta ni de nada. Es como beberse un vaso de agua con la postura típica de los cócteles, porque estas en una de esas fiestas medio profesionales en las que se juntan los que son como tú, una panda de grafistas, que se visten todos de negro, como tú. Y de repente el vaso te sabe a agua caliente como cuando te enjuagas los dientes y sin venir a cuento le escupes el mojito de rón a la cara a tu interlocutora, una guapa grafista y no tienes tiempo de ver su reacción sino tan solo un herbajo de menta que se queda pegado a su escote como un trozo de musgo que surje del valle de sus tetas. Entonces si que te mueres.
Es como si en el momento que sientes ese peligro inminente tu psicóloga se pone a hablar de algo que nada tiene que ver con ti : un mendigo kurdo que lleva días tumbado delante de su puerta vociferando.